Nació en Belorado un 8 de agosto de 1754; sus padres le enviaron pronto a la Corte, a los catorce años se iniciaba ya, bajo la tutela de su tío, Manuel López, en la práctica de la Farmacia, y en el estudio de la Lógica, Física y Botánica. Con tan solo veintitrés años, en abril de 1777, recibiría el encargo regio de dirigir una expedición científica a la América meridional, le acompañaría otro joven estudioso, José Pavón Jiménez, dos dibujantes y un médico francés, Joseph Dombey; juntos habrían de embarcar en Cádiz, con destino a Lima (Perú), en noviembre de 1777.
Llegaron a tierras americanas seis meses después (V-1778) y allí estudiaron las riquezas naturales de los antiguos virreinatos del Perú y Chile. Once años de duro trabajo en la selva, con penalidades y fatigas que relató detenidamente en sus diarios de viaje; y también de enfermedad.
El 12 de septiembre de 1778 desembarcó, con el fruto de sus esfuerzos, en Cádiz; de allí, tras recuperarse de la travesía, fue a Madrid, a ordenar y preparar sus resultados para darlos a la luz pública. Ya en la Corte se examinó de boticario, en febrero de 1790, ocupándose de la farmacia de su tío y prosiguiendo sus investigaciones botánicas; desde 1794 fue miembro de la Real Academia Médica Matritense, y con su dictamen favorable publicó contribuciones sobre la acción farmacológica de las drogas americanas; sus textos fueron traducidos al italiano, alemán e inglés, extendiéndose su fama por todos los lugares de Europa.
La entrada de las tropas francesas en Madrid paralizó sus trabajos; José, conocedor de sus méritos, quiso nombrarle Examinador del Consejo de Sanidad. Él no aceptaría el cargo, limitándose sólo a colaborar en la redacción de una nueva Farmacopea. Al finalizar la Guerra, el nuevo Gobierno le otorgaría el cargo de Protomédico Visitador de Madrid. Corría el mes de julio de 1814; algo menos de dos años después, el 4 de mayo de 1816, moría en Madrid a los sesenta y dos años de edad.
“Fue don Hipólito Ruiz de regular estatura, mas que medianamente grueso, pero de bellas proporciones, su tez algo morena, buenas facciones, negro el cabello y los ojos, y estos vivos y penetrantes, las cejas bien pobladas, su fisonomía grave, y en su cara estaba pintada aquella serenidad inseparable de un hombre de recto proceder. Su porte era sencillo con dignidad, su genio franco y muy generoso, fue prudente, laborioso, parco y muy celoso por la gloria de su nación”.
Retrato de su hijo Antonio.
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